jueves, 11 de septiembre de 2008

Hablando con el Enemigo


El día estaba terriblemente nublado. Yo sabía que iba a llover pero necesitaba urgente llamar a Salomé para que arreglemos qué íbamos a hacer con el trabajo final de metodología. Cuando salgo de mi casa y me dirijo al telecentro de Urquiza y Mendoza, empezó a llover torrencialmente. Entonces, terminé corriendo a la velocidad del correcaminos… a fin de no mojarme tanto y terminar, en cama, lo que me quedaba del fin de semana.

Cuando llego finalmente, veo que estaba cerrado y, según decía el cartel, por “reparaciones y remodelación del local”. Ahí me puse a pensar bajo el techo azul del telecentro, dónde podría ir a hacer la llamada. Seguí caminando por la calle Mendoza porque ya no llovía tanto (y ya me había resignado a mojarme).
En el quiosco de la esquina de Mendoza y 4 de enero había un teléfono público, pero que sólo funcionaba con tarjeta. Como para completar mi mal humor, el quiosquero me dijo que no vendía tarjetas telefónicas y, que si seguía caminando, podría encontrar uno con monedas en Primera Junta y San Jerónimo.
Seguí caminando mientras puteaba al clima, al trabajo de metodología y a todos los teléfonos desde el primer prototipo de Graham Bell, incluyendo el teléfono de disco y el dial numérico, hasta los móviles que no tienen señal en estos días.

Finalmente, llegué a destino y vi un teléfono destruido. Igual levanté el tubo esperando que me dé tono, cuando antes había verificado que era con monedas.
Primero puse una moneda de $ 0.25 y me la tragó. Entonces, golpeé la parte superior derecha con un golpe seco (y con la fuerza de mi mal humor), a fin de que me la devuelva y entonces….

-- Pará loca, ¿qué te pasa? Calmate y después volvé, ¡que así no te comunico un carajo! –dijo el teléfono con una voz más cibernética que la de la Matrix. Pero esta era distinta porque estaba como llorando.
Entonces, conmovida por mis malos tratos, respondí-- Bueno, disculpame. El tema es que necesito comunicarme lo antes posible… ¿será que podrás colaborar conmigo?

-- ¿Pero vos que te pensas que soy? ¿Una máquina? --preguntó y continuó-- no sos la primera que viene y me golpea, ¿no se dan cuenta que las monedas se van al vacío? No me anda el detector y tampoco me arreglan. Y además, me pegan unas gomas de colores que mastican y me escriben con biromes, fibrones y lapiceras. También me rayan, dejan mensajes de amor que nunca son leídos y, como si fuera poco, me hacen tragar monedas truchas. Ya estoy cansado de estar al servicio de todos para que me traten como si fuera una máquina. Mi armadura de metal me hace fuerte por fuera, pero mis cables sienten y se lastiman. ¡Son ustedes los insensibles!

-- Pará un poco, ¿puedo hablar? --dije de nuevo.

-- ¿Conmigo? – preguntó.

Y cuando contesté que no me respondió en su visor: fuera de servicio.

Pero la historia no termina acá. Luego de leer, fuera de servicio, me enfurecí tanto que destrocé el teléfono a golpes. Y, para colmo, tal fue el ruido de mis gritos que un vecino (no sé quién), alertó a la policía de mis actos.
A los pocos minutos me fueron a buscar y aún sigo acá (después de dos semanas), ya que mi situación se agravó cuando agredí a un policía…

¿La razón de mi ataque? El oficial me dijo: “tenés el derecho a hacer una llamada”.

jajajaj
(No saben lo que me estoy riendo con lo que escribí hace unos años)

Besos

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo la conosco a salome.. ajajjaja